miércoles, noviembre 07, 2007

A calzón quitao


LOS DETRACTORES DICEN que es aburrida, monótona y con poco o ningún contenido argumental. Y sin embargo, en Estados Unidos la pornografía mueve más plata al año que el béisbol, el básquetbol y el fútbol americano juntos. Ni hablar de las proporciones que la relacionan con el cine convencional. Mientras los grandes estudios facturan cerca de 400 películas al año, los productores de pornografía distribuyen entre 10.000 y 11.000 títulos nuevos. ¿Aburrido el porno? De pronto lo que es aburrido es el sexo.

Después de haberlo merodeado durante décadas, el cine convencional terminó invadiendo los terrenos del cine porno, y los resultados han sido más interesantes de lo que podría pensarse a vuelo de pájaro. Desde hace unos cinco años, osados directores europeos y estadounidenses han desafiado al público con escenas de alcoba con las que las abuelas tendrían argumentos suficientes para defender sus quejas acerca de que definitivamente "se perdió el respeto". El sexo explícito, que parecía un terreno exclusivo del cine porno, ahora reina campante en la pantalla grande de las escrupulosas salas de los cinéfilos conservadores, y ya es normal que en las películas argumentales surjan penes erectos, felaciones y penetraciones reales a la vista de los espectadores.

La más reciente provocación es Shortbus, la película del joven director estadounidense John Cameron Mitchell que narra una serie de historias paralelas alrededor de la soledad y las relaciones humanas a través del sexo. De hecho, Shortbus es, en la película, el nombre de un bar neoyorquino al que acude una especie de congregación fraternal que no discrimina género ni raza y que se reúne básicamente a explorar experiencias sexuales, bien sea en solitario, en pareja, en trío o en grupo.

La cinta advierte desde la primera escena el contendido para adultos: un joven se tumba en el suelo empeloto a hacer las contorsiones necesarias para provocarse una autofelación que culmina con una eyaculación en su propia boca. Esto, solo para comenzar. En Shortbus hay una terapista sexual que jamás ha tenido un orgasmo y que, de paso, no tiene ni idea de masturbarse; hay una mujer que vive de satisfacer los deseos sadomasoquistas de los demás, pero no sabe cómo entablar una relación que la satisfaga a ella misma; hay un fisgón al que le encanta ver hombres en plena faena amorosa, y, claro, el dilema del mentado autofelador gay que sufre intensamente una crisis de pareja que parece irremediable. Todos estos temas no eran extraños para el cine convencional. Lo que es nuevo es el carácter real y explícito de sus escenas.

Las reacciones han sido extremas, y mientras hay quienes ya la han clasificado como una película de culto, también hay quienes la han descalificado hasta la médula, acusándola de banal y gratuita. Pero en el fondo, lo que hay en estos últimos es una velada indignación porque, en pocas palabras, hay demasiado sexo explícito para tan poca historia.

Sin embargo, independientemente de las calificaciones, que el sexo explícito se haya metido de lleno en el cine convencional ha servido para abrir un debate en torno a los límites entre el cine convencional y la pornografía. Si el cine convencional ha cruzado la frontera de lo que antes era considerado un terreno exclusivo del cine porno, ¿cuál es la diferencia?

Andrés Barba y Javier Montes, en su libro La ceremonia del porno, ayudan a establecer una distinción que no es de poca monta. "Para ser comprendido en toda su intensidad el porno exige -y servicial, se encarga de proporcionar- un compromiso por parte del espectador". Y en ese compromiso entra -qué duda cabe- la excitación.

Así, quienes se enfrentan a una experiencia pornográfica sin este compromiso tácito, son los mismos que desdeñan las películas pornográficas tachándolas de monotemáticas y aburridas. Con razón Susan Sontag hablaba de que no había nada más antipornográfico que las películas porno vistas sin lujuria.

En estas circunstancias, la invasión del sexo explícito en las películas de cine convencionales no han hecho sino revelar su condición antipornográfica pues, más allá del tema y de su contenido argumental, el sexo queda expuesto en toda su desnudez, tan cotidiano como comprar pan o ir a la iglesia. Despojado de la lujuria con la que tan fácilmente se alimenta la pornografía para tener éxito, el sexo no pasa a ser sino un ingrediente más de la complejidad humana. En pocas palabras, deja de ser morboso.

Tal vez por esta razón, y gracias a que el sexo explícito se ha colado en el cine convencional, es posible descubrir que quienes han criticado la pornografía porque no le deja nada a la imaginación, puede que estén perfectamente equivocados. Porque quizás es al contrario.

Sólo el cine porno, con sus formatos rudimentarios o reducidos a su mínima expresión, satisface el deseo de millones de seguidores: alimentar la fantasía. En contraste, Shortbus y toda esa legión de nuevos filmes convencionales que ofrecen una buena dosis de sexo explícito, no han hecho otra cosa que sabotearla. Quizás con la intención, velada o no, de contrarrestar esa loca manía de la modernidad de promover la excitación sexual por todos los medios posibles.

EL SEXO EN PRIMER PLANO

Uno de los primeros directores en romper la censura del sexo explícito fue Pier Paolo Passolini, quien se inmortalizó con Saló o los 120 días de Sodoma.

En los años setenta, además de las propuestas de directores como Derek Jarman y John Walters, el emblema de la época fue El imperio de los sentidos, del director japonés Nagisa Oshima.

No obstante, es en esta última década donde se ven los ejemplos más claros. Lars Von Trier ofreció una escena escandalosa en Los idiotas (1998), mientras que la directora Catherine Breillat no tuvo concesiones en Romance X (1999) y Michael Winterbottom provocó más de un escándalo con Nueve orgasmos (2004). La más aclamada es Intimidad (2001), de Patrice Chéreau, basada en la novela de Hanif Kureishi.

Latinoamérica no se ha quedado atrás. En 2005, el director mexicano Carlos Raygadas presentó en Cannes Batalla en el cielo, en la que el sexo explícito es más que una casualidad.

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